Pasando por mis huevos
Luis Fernando Paredes Porras
Masca la Iguana
“Los canderel”, me dijo mi viejo amigo Abel que así también
les dicen, porque endulzan, pero no engordan. “Los chile sin venas” sentenció
José, un neonato amigo, compañero de trabajo, de tan sólo 23 años que decidió
sumarse a la aún corta, pero creciente lista de los hombres que, por decisión
propia, hijos biológicos ya no tendrán. Valientes hombres porque eso de que te inyecten en los
aguacates, te metan una pinza, te jalen las tripitas, te las corten, te las
amarren y te vayas a tu casa, se requiere valor. Dice José que se puso hielo
para la inflamación y descansó un par de días. Hoy anda como si nada. Abel me
contó que lo mismo le hicieron hace 25 años, lo anestesiaron y le practicaron
la vasectomía. A José se la practicaron de forma gratuita hace un mes en
la última campaña orquestada por el ISSSTE y el DIF de Tuxtepec, Oaxaca, en la
región de la Cuenca del Papaloapan, tierra donde se dan los plátanos machos. La diferencia entre la decisión de no tener descendencia y
la imposibilidad de procrear hijos nos llevan a universos en ocasiones
diametrales. Una rápida exploración por la internet nos da luz sobre estos
fenómenos provocando una reflexión en cuyo centro está lo humano. Acabar con
especie a través de ya no reproducirse, en el caso extremo, hasta adoptar para
preservar a la familia como célula de la sociedad y dar rienda suelta los
instintos maternales y en este caso, paternales. Nunca imaginé que fuera tan interesante asomarse a esta
decisión y mirarla desde la óptica de varón, de mi formación profesional y a
través de mi historia, es decir, cabe la expresión, analizarlas desde mis
huevos. Frases académicas como “ser padres no es sustentable para
el planeta” hasta “no quiero traumar a nadie ni dar explicaciones de con
cuantos me acuesto”, pasando por “lo hice pensando en la economía, no podemos
tener otro hijo”, “fue una decisión de pareja, yo perdí la apuesta y me tocó
hacerme la vasectomía pero lo platiqué con mi esposa”, dan para reflexionar en
muchos sentidos, incluso hasta en lo que algunos postulan, un mundo libre de
niños por considerarlos una molestia. La verde iguana sabe que crecen las personas que adoran
tener perrhijos, y me pide que, con tal de salir de su apestoso arroyo
Moctezuma, comience a divulgar la idea de tener iguanhijos, pero que lo haga
con prontitud y con una campaña creativa y agresiva, comenzando por frases como
“entre mis huevos y el de las iguanas, prefiero los de ellas”. La miro y pienso que
estos calores de la canícula le están afectando desmedidamente. Le comparto la
posibilidad de adquirir y cuidar como mascota a una iguana a fin de tener
elementos para la campaña, ante ello se tranquiliza y debo mantenerla así, no
vaya a ser que la verdosa en su locura un día cualquiera con su cola en forma
de látigo, quiera hacerme la vasectomía por hacer valer más sus huevos. No es
miedo, es precaución y es que me gusta que chile tenga venas para que pique y
al café no le pongo azúcar.