RELATOS DOMINICALES
Miguel Valera
Llegamos al
hotel del Centro Vacacional IMSS Atlixco Metepec, en este municipio de Puebla, cerca
de las 10 de la noche. Estábamos cansados pero muy contentos. Yo llevaba en la
mente la imagen materializada de la felicidad de Caro y Mateo, cuya boda se
había celebrado en una ceremonia muy íntima. En sus rostros jóvenes la sonrisa,
la alegría, el entusiasmo que sólo el amor puede dar. Pensé en el viejo Pablo
Neruda y en una de sus frases poéticas: “El amor no se mira, se siente, y aún
más cuando ella está junto a ti”. Me sentí
romántico, a pesar de que hoy por hoy creo, como el mismo Neruda escribió, que
sólo me queda enamorarme de la vida, porque es la única que no me va a dejar
sin antes hacerlo yo. Es la única, pensé, que nunca me decepcionará ni me
dejará un hueco en el estómago ni pensamientos de nostalgia revoloteando, como
mariposario, en la cabeza. De pronto, antes de entrar a la zona donde estaba mi
habitación, vi a una niñita, vestida de blanco, correr en un pasillo. Cansado
como iba, no le di importancia, pero sí volteé ligeramente para preguntarme ¿y
dónde estarán los padres de esta pequeña radiante en la oscuridad de la noche?
Pensé que estarían a su lado y que rápido la tomarían de la mano. No le di
importancia y crucé el umbral del pasillo que llevaba a la habitación, para
dormir profundamente, soñando, quizá, en “Los amorosos”, de Jaime Sabines. “Los
amorosos son locos, sólo locos… Los amorosos Al otro
día, cuando fui a recepción a entregar la llave de la habitación les conté la
anécdota de la “niñita” a las recepcionistas y sorprendidas, se miraron entre
ellas, para decirme: “sí, no se preocupe, es uno de nuestros huéspedes, ella
vive aquí”. Su mirada de complicidad y su sonrisa misteriosa me hizo insistir:
“¿Cómo? ¿Ella vive aquí permanentemente?”. “Sí”, contestaron al unísono. “Aquí
vive, aquí se aparece, muchos la ven de vez en cuando”. Su foto, añadió, está
en el Hotel Cholula. Fue
entonces cuando se me erizó la piel. Cuando busqué la foto en la zona del
“Hotel Cholula”, otro escalofrío recorrió mi cuerpo. Era la misma. Aunque la vi
de lejos, muy rápido, antes de entrar a la zona de habitaciones donde nos
hospedamos, estaba seguro que era la misma que yo había visto la noche
anterior. Su ropa blanca, su rostro brillante, su cabello dorado, sin el
sombrero con el que se apreciaba en la foto. “Aquí vivió
y aquí se quedó a vivir”, insistió una recepcionista. Este centro vacacional
fue una fábrica textil fundada en el año de 1901. Era de la Compañía Industrial
de Atlixco. “La niña de blusón blanco es uno de nuestros huéspedes permanentes
y no hace nada, no se preocupe”, me insistió la recepcionista, mientras lanzaba
miradas de complicidad con sus compañeras. Ya no quise
preguntar más. Entregué la llave y nos fuimos a desayunar al mercado de
Atlixco, un espacio gastronómico único con mole poblano, chalupas, tlacoyos y
cecinas para chuparse los dedos. Yo no dije más, pero hoy que cuento esto, al
recordar la imagen de la niña de Metepec, un ligero escalofrío recorre mi
cuerpo.
viven al día, no pueden hacer más, no saben… Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable”.
